Por fin. Después de muchos años planteándomelo.
No se por qué raparme el pelo era algo que me venía rondando la cabeza desde hace tantos años, ni tampoco por qué me hacía tanta ilusión. Tampoco sé, que es lo que me ha impedido hacerlo durante todo este tiempo. No era exactamente miedo, creo que ha sido mi madre (a pesar de que cuando le dije que lo haría, me pidió con voz de pena que me siguiese cortando sólo mi media cabeza...) la que me ha enseñado que el pelo crece, quizás el tiempo y la experiencia también hayan ayudado, pero, a la vez, no podría encontrar una palabra que definiese mejor la sensación que me inundaba cada vez que, por algún motivo, volvía a pensarlo.
Pero esta vez fue distinto. Hasta ahora nunca había tenido un motivo contundente para hacerlo. Sé que no hacen falta más motivos para hacer algo que te apetece que sencillamente ese, que te apetezca, pero, podría decir entonces que nunca me había apetecido lo suficiente.
Cuando Cristian, el director del grupo de teatro dijo sutilmente (yo diría que incluso con una mirada de reojo, pero quizás esto fue fruto de mi mente suspicaz...) que había pensado que alguien podría cortarse el pelo para unas fotos, me faltaron milésimas de segundo para saltar de la silla. Yo. Yo me cortaría el pelo. No había razón mejor que esa.
Pasé unos días, largos, de dudas. Pero a medida que empecé a decirlo en voz alta, la idea fue cogiendo cada vez más cuerpo, más fuerza, mucho más sentido. Hasta que, llegado un día, no había vuelta atrás. Aún no lo había hecho, pero sentía que, a partir de ahí, si no lo hacía, iba a decepcionarme a mí misma.
Hoy, llegado el día, en medio de las tan esperadas "colonias de teatro", me he sentado en una silla en medio de un corro de unas veinte personas, que esperaban con morbo ver como me convertía en la "noieta rapada de Nevers", iluminada por un foco cegador, que no me dejaba distinguir si ese calor lo producía él o mis nervios, enfocada por una cámara de fotos (o una profesional y varias "cotillas") y bajo unas manos cargadas con unas grandes tijeras de cocina. Y así, he ido viendo como mechones y mechones de pelo caían repetidas veces sobre mis piernas, sobre mis hombros, hacia el suelo. Y después, máquina de cortar en mano para acabar con una cabeza al #12. Y feliz :)


Pocas personas podrán pasar por una experiencia como ésta. Y además, tenerlo fotografiado y grabado desde tantos ángulos, para que cuando el pelo crezca, a parte del recuerdo, siempre queden "les fotografies, les reconstitucions, a manca d'altra cosa".
Muchas gracias Cristian. muchas gracias Montse, muchas gracias "La Piscifatoria" por vivir conmigo un momento tan especial para mí como éste :D